Ir al contenido principal

Esa pared (Heidi Cassio)




Esa pared

que no me deja verte

debe caer

por obra del amor.


Leo Dan

 

Me duelen las articulaciones de las rodillas. También la espalda. Un entumecimiento recorre los músculos contracturados de casi todo mi cuerpo; es culpa de la posición fetal. Anoche no hacía frío. Ahora tengo frío.

Anoche hacía calor. Me enjareté en unos viejos shorts con la creencia de que la ropa vieja es más suave. Más que yo. Yo, entre más vieja, más rígida estoy. La ropa vieja es suave. Encima me puse una playera muy usada. Más que yo. Más suave que yo. Yo ya estoy algo rígida por la falta de uso.

Tomé la sábana color azul alberca que estaba encima del buró. Pensé que por ver el color azul alberca iba a sentir menos calor. Es muy fresca y la tela es delgada. Se siente como cuando estás encuerado ya casi para entrar a la regadera y alguien abre la puerta del baño: entra un aire ligero y agradable, pero no lo disfrutas por la incomodidad de que alguien ya te vio encuerado, así se siente; como si alguien te viera encuerado. Me tapé hasta la cabeza y cerré los ojos. Volví a abrir los ojos. Esos no, los que ven para adentro; ahí donde todo está empañado y huele a ropero viejo. Recordé que en la mesa de la cocina se quedó la pastilla que me ayuda a cerrar los ojos. Esos no, los que tienen párpados. Los otros son bien difíciles de cerrar; ni con la pastilla puedo apagarlos. Me levanté de nuevo y fui por la pastilla. Bebí un poco de agua y la pasé de un trago. Caminé hacia mi cuarto, salté sobre la cama y me tapé otra vez hasta la cabeza intentando apagar los ojos; los que ven para adentro.

Adentro escuchaba risas y voces de niños. Corrían encarrerados por la banqueta, llevaban sus mochilas a rastras. Oía la voz de sus madres llamándoles, o de algún hermano. Yo también corrí para verlos por la ventana. Era muy temprano para estar despierta, pero hacía tanto que no los veía llegar a la escuela que está justo frente a mi casa. Los carros se formaban y de ellos bajaban los chiquillos por montones. Las personas llevaban tanta prisa, que sus caras salían de las ventanas de sus coches para maldecir a los demás conductores. Todo era tan bello que olvidé el sabor a hilacha de mi boca; los ansiolíticos hacen estragos en el hígado a corto plazo. Olvidé la angustia matutina, la que vino hace poco menos de dos años. Desde la ventana veía el sol desgajarse encima de los niños apresurados por el timbre que indicaba la hora de entrada a clases. Gritaban y jugaban. Yo los veía desde la ventana empañada.

Abro los ojos, esos no, esos deberían permanecer cerrados hasta el otro día, o hasta el otro. Oigo gritar y reír a los niños de mi vecina que están parados en la banqueta de mi casa; esperan a que su mamá continúe junto con ellos el camino. La escuela está cerrada. El aislamiento causa nostalgias a largo plazo.

Hace frío. Duele mucho la posición fetal, duele más salir; no hay nadie, alguien que te espere allá afuera… esa pared, que no me deja verte. No quiero mover mis pies ni mi cuerpo. En el vientre un hormigueo atraviesa la vejiga cargada. El roce del color azul alberca de la sábana acelera el hormigueo en mi vejiga hasta erizarme el pellejo. No me quiero levantar. Procuro volver a dormir y arrojo un resuello para vaciar los pensamientos recurrentes de las primeras horas del día; los que vinieron hace un poco menos de dos años.

Anoche olvidé correr las cortinas y ahora unas capas rojas sustituyen a mis párpados legañosos. Alzo un poco la cabeza, aprieto los ojos y los abro de un tajo. Estoy muy de malas, no me gusta despertar y ver el cuarto lleno de luz. No logro mantenerme alerta. Es culpa de los pensamientos recurrentes, tengo que adormecerlos con ansiolíticos y ahora no puedo ni pensar con prudencia. Me muevo al otro extremo de la cama, estiro los pies y el hormigueo en la vejiga se agudiza. El olor a humedad de las paredes me recuerda que debo sacar la basura. Echar fuera los pensamientos que no funcionan. El camión de la basura no pasó, o tal vez sí, no escuché la campana. Ni para que me levanto… ya todo pasó. No sé cuánto llevo dormida. Los ojos aún están cerrados. Esos no, los que se apagan con ansiolíticos.

Saco mis pies de las sábanas. Giro mi espalda, la acomodo y me sostiene. Bajo mis pies, toco el suelo y el frío recorre mi cuerpo. Voy al baño, me siento en la taza y el hormigueo en la vejiga desaparece. Regreso a la cama, a las nostalgias. El goteo de las llaves descompuestas rompen el silencio; un segundo, sí, un segundo, no. Los ojos se cierran; un segundo, sí, un segundo, no. El tiempo gotea de las llaves descompuestas. Los ojos se apagan. Esos no. La vida sigue.




Comentarios

  1. El mejor cuento que he leído, tan real me imagine todo en mis pensamientos, gracias

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

A la muerte de un canalla (Mario Benedetti)

Los canallas viven mucho, pero algún día se mueren Obituario con hurras   Vamos a festejarlo vengan todos los inocentes los damnificados los que gritan de noche los que sueñan de día los que sufren el cuerpo los que alojan fantasmas los que pisan descalzos los que blasfeman y arden los pobres congelados los que quieren a alguien los que nunca se olvidan vamos a festejarlo vengan todos el crápula se ha muerto se acabó el alma negra el ladrón el cochino se acabó para siempre hurra que vengan todos vamos a festejarlo a no decir la muerte siempre lo borra todo todo lo purifica cualquier día la muerte no borra nada quedan siempre las cicatrices hurra murió el cretino vamos a festejarlo a no llorar de vicio que lloren sus iguales y se traguen sus lágrimas se acabó el monstruo prócer se acabó para siempre vamos a festejarlo a no ponernos tibios a no creer que éste es un muerto cualquiera vamos a festejarlo a no volvernos flojos a no olvidar que éste es un muerto de mierda.

Pensar con Freire (Diálogo y reflexión en torno a la educación)

  Desafiar al pueblo a leer críticamente  el mundo, siempre es una práctica incómoda  para los que apoyan su poder en  “la inocencia de los explotados” Paulo Freire Autor:  Néstor Manuel Trujano Molina Corrección y edición:  Sara Reyes Herrera      Introducción Por lo general, los seres humanos tendemos a mitificar todo lo que nos parece sorprendente, desconocido o interesante. Elaboramos y construimos estructuras para pensar libremente y éstas terminan convirtiéndose en nuestro lastre. Si bien es necesario construir conocimiento para explicar los fenómenos de la naturaleza y la sociedad, n os cuesta trabajo navegar por las tumultuosas aguas de lo incierto . Frente a estos retos reaccionamos buscando fórmulas que nos devuelvan la tranquilidad sin percatarnos que, en ese estado, lo pre científico es la salida fácil, rápida y sencilla a la que nos conduce nuestra incapacidad epistemológica. Esta es una tendencia muy usual en estos tiempos mediáticos para simplificar proceso

La muerte en el Romancero Gitano (Erald Aguilar)

  Federico García Lorca es el poeta que nació en Fuente Vaqueros y murió en Granada, en su Granada. Es el poeta español que anduvo en Nueva York y llenó de leyenda y belleza la cultura de los gitanos en dieciocho romances. Nos regaló la apasionante metáfora del almidón de una enagua que le sonaba en el oído como una pieza de seda rasgada por diez cuchillos. El irreverente que no tenía ningún libro porque los obsequió, infinitos, al infinito. Lorca, el poeta de la muerte mística. El poeta más poeta del Sigo XX. Aún sus restos son un misterio: el eco de una terrible dictadura (si es que la redundancia en este caso es válida). Gracias por el Romancero gitano, Lorca. En el Siglo XXI tu poesía contiene la versatilidad para el rap: octosílabos vibrantes de ritmo violento. En la eufonía de tus versos se encuentra la cadencia de la muerte, que como el toro de la reyerta se sube por las paredes:   Juan Antonio el de Montilla rueda muerto la pendiente su cuerpo lleno de lirios y una