Desde hace 500,000 años antes de Cristo, el hombre ha sido convencido por el fuego, de que Dios tiene un propósito conmutativo y espiritual, al expander el universo, y darnos muestra de su presencia a través de una estrella, la caída de un rayo o la erupción de un volcán. Esas observaciones “curiosas” del hombre, su atención sistemática e instinto de sobrevivencia, lo llevó a una revelación prístina, perínclita, preclara de sí mismo, a través de las zarzas ardientes del diario vivir, como el Moisés bíblico. Me atrevo, con firmeza de apóstol cristiano, comentar que Mis ojos el fuego, libro poético de mi amigo Julio César Félix, editado en la tercera serie de Escritores coahuilenses Siglo XXI, es un logrado y gratificante esfuerzo de la Universidad Autónoma de Coahuila, de promover la lectura y enriquecer el acervo bibliográfico de nuestro Estado… y pues pasando al blues inasible y lastimero, al montón de objetos inútiles y ridículos, residuos pues, que el ñaque incendiario y memori
La Biznaga comparte la belleza de un mandala y el infinito de un caleidoscopio.