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El pasado existe porque una vez fue real,
el futuro existe porque necesitamos que sea real.
Ray Brádbury
Conocí
a doña pila cerca de un poblado en que trabajé hace tiempo. Sexagenaria, pero
con la energía física de una veinteañera, me contó que había quedado viuda, a
cargo de un padre enfermo y cuatro hijos, a la edad de 35 años. Tímida en
extremo, sin títulos académicos –apenas pudo concluir el quinto grado de la
escuela primaria–, sin grandes bienes materiales, ni familiares acaudalados que
le acogieran en su infortunio, se vio sumida en la zozobra y desesperación
cuando murió su marido.
No
faltaron, sin embargo, y como suele suceder en los lugares con tradición
solidaria, los vecinos que con apoyo económico o palabras de aliento le dieron bríos.
Ni tampoco faltó el amigo que le dio un consejo de gran valor: Vender barbacoa
de puerco. “Se invierte poco y las ganancias no son desdeñables”. Así podría
sacar adelante a su familia y generar dos o tres empleos en el barrio.
Doña
Pila siguió el consejo. Vio que el negocio podía prosperar. Y prosperó. A tal
grado que en poco tiempo la entrada de su casa se convirtió en un restaurante
muy popular entre la comunidad y pueblos circunvecinos. Hubo quien, incluso,
contrató sus servicios para fiestas particulares.
La
experiencia de doña Pila no es ni será la última, por supuesto. La historia es vasta
en ejemplos que aluden a periodos de miedo y desaliento, o donde la vida, de
súbito, da vuelcos inesperados, inimaginables. En lo individual y familiar: la
muerte de un ser querido, la enfermedad, las crisis económicas, el abandono de
ciertas facultades físicas o mentales, etcétera; en lo colectivo: desastres
naturales, violencia estructural y económica, autoritarismo, pandemias, entre
otros.
Hay,
asimismo, innumerables ejemplos de situaciones desafiantes que han llevado a la
decisión, a la acción extraordinaria. Situaciones donde los sujetos superan el
actual estado de cosas, imaginan el futuro y lo (re)construyen. En la
literatura se han abordado cuantiosas historias que recuperan lo anterior.
Como
la que recupera Gabriel García Márquez en un libro titulado La aventura de
Miguel Littín, clandestino en Chile, en que relata cómo, debido a la dictadura pinochetista
en Chile, que prohibía la entrada de personajes incómodos al país, el cineasta
Miguel Littín volvió a su patria totalmente convertido en otra persona, con
nuevo rostro, nueva identidad y hasta con esposa falsa, con el propósito de
filmar junto a otros un documental que reflejara al mundo la realidad que se
vivía bajo el régimen golpista.
O el
Poema pedagógico, de Anton Makarenko, donde éste narra el proceso de búsqueda y
transformación llevada a cabo por él y otros educadores y sus estudiantes –pequeños
vagabundos “amenazantes e incorregibles” cuyos padres habían muerto durante la
guerra civil en la Rusia de los años 20´s– en la colonia educativa Máximo
Gorki, donde mediante el arte, la disciplina consciente y la visión de
crecimiento colectivo se forjaron personalidades con alto sentido estético y
aguda inteligencia.
Se
trata de “situaciones límite”, que nos impelen a la ruptura, a la trascendencia,
a realizar lo que está fuera de nuestra cotidianidad en busca de una realidad distinta,
de un futuro mejor.
Aunque
al hablar de ellas se alude por lo regular a Karl Jaspers, psiquiatra y
filósofo alemán, que utilizó el concepto para referirse a situaciones que no se
pueden cambiar ni eludir (la muerte, la vejez, la enfermedad) y para quien las
situaciones límites son la franja donde terminan todas las posibilidades, fue
el brasileño Álvaro Vieira Pinto quien superó la visión fatalista del pensador
alemán y las definió como “el margen real donde empiezan todas las
posibilidades”, “la frontera entre el ser y el ser más”. Una situación límite,
entonces, puede ser el parteaguas para realizar lo inédito.
En
su libro Pedagogía del oprimido, Paulo Freire retoma las aportaciones de Vieira
Pinto y destaca otra contribución de su compatriota: “los actos límites”. Es
decir, aquellos que se dirigen a la superación o negación de lo otorgado, en
lugar de la docilidad o aceptación pasiva, acrítica y fatalizadora.
Los
“actos límites”, dice más adelante Paulo Freire en el mismo trabajo, implican
una postura de decisión frente al mundo, que es transformado mediante la praxis
(reflexión y acción transformadoras).
Así,
la percepción de la situación límite, y la respuesta ante ella, dependerá del
nivel de conciencia en que se hallen los sujetos, de sus dosis de creatividad, sus
posibilidades históricas y contextuales y sus vínculos humanos. De tal manera
que habrá quien se entregue a la indiferencia, quien se suma en el pesimismo o
quien, como doña Pila, Littín o Makarenko, realice “actos límites” de cara a la
transformación de la realidad.
En
el último caso, innegable es que siempre encontraremos apoyo en los demás.
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