Experiencias transformadoras desde las familias, escuelas y comunidades: Aportes imprescindibles en época de pandemia
Ulises Uriel Regalado Barrera
"Ninguna persona ignora todo.
Nadie lo sabe todo. Todos sabemos algo.
Todos ignoramos algo. Por eso aprendemos siempre".
Pedagogía del oprimido. Paulo Freire.
Fotografía de "Latercera.com". |
En el
sistema escolarizado, una de las actividades cúspide es la ceremonia de
clausura del ciclo escolar. Ésta lleva consigo el reconocimiento y entrega de documentos
oficiales a alumnos y alumnas que culminaron los estudios correspondientes a
cierto nivel. La llegada de la pandemia impidió que estos actos solemnes se
llevaran a cabo de manera presencial, pero hubo escuelas donde los colectivos -atentos,
sensibles y sumamente creativos- realizaron actividades para cerrar el año y despedir
a sus estudiantes: Desde ceremonias virtuales hasta la entrega de papelería y
felicitaciones a domicilio.
Basta
navegar por las páginas de Facebook o blogs de algunas instituciones para corroborarlo
y comprobar, una vez más, que en
cualquier contexto es posible encontrar y generar posibilidades educativas.
Pienso en los maestros y maestras que realizaron esas actividades y me los
imagino organizándose, asumiendo compromisos y construyendo anhelos: “Yo me
encargo de elaborar un cartel virtual”, “nosotros hacemos el video de
despedida”, “a mí déjenme la recolección de fotografías”, “yo pongo mi
camioneta para ir a entregar papelería”.
Muchos
estudiantes también han destacado por su capacidad creadora y transformadora,
participando en campañas informativas, realizando videos didácticos y
recreativos o enseñando el manejo de herramientas tecnológicas.
Y así como
en el terreno escolarizado, durante esta fase de pandemia, hay experiencias
sumamente notables que sin duda serán parte de la historia pedagógica en
nuestro país, hay también valiosas ideas y acciones surgidas desde las familias
y las comunidades.
Sin
embargo, con o sin pandemia, la tentación de convertir a los demás en meros
receptores de información o instrucciones, en lugar de recuperar sus saberes y
procesos, es muy grande.
Mario Kaplún, comunicador popular, en su libro Una pedagogía de la comunicación
nos habla de tres modelos educativos:
1. Un modelo de educación que pone el énfasis en los contenidos: Consiste en la transmisión de conocimientos por parte de la élite “instruida” a las masas ignorantes.
2. Un modelo de educación que pone el énfasis en los efectos: Consiste en moldear la conducta de las personas con objetivos previamente definidos.
3. Un modelo de educación que pone el énfasis en el proceso: Destaca la importancia del proceso de transformación de la persona y las comunidades.
Estos tres
modelos convergen en el tiempo y en el espacio, pero los dos primeros conciben
a las personas como objetos de la educación, mientras el tercero las concibe
como sujetos de la educación. Así que, aun con las lecciones históricas y los
innumerables ejemplos concretos acerca de la capacidad y fuerza organizativa y
creadora de los docentes y los estudiantes en las escuelas, de las familias y
las comunidades, hay quienes se adhieren en los hechos a los dos modelos que
ponen el énfasis en los contenidos y en los efectos y, de esta forma, mutilan
la participación activa e invisibilizan los saberes y procesos construidos en
colectividad.
No es nada
nuevo. La Educación Popular y la Pedagogía Crítica y emblemáticos libros como
Pedagogía del oprimido o Cartas a una profesora lo denuncian de forma pormenorizada.
No es de extrañar, en ese sentido, que a pesar de los discursos en donde se pregona la participación activa
de los estudiantes y sus familias, así como la recuperación de sus aprendizajes
previos, intereses y necesidades, existan quienes, en la acción, desde un enfoque
verticalista, castrante y falsamente altruista asuman que “hay que educar a los
padres/madres de familia y sus hijos”.
Un ejemplo muy ilustrativo al respecto lo
protagonizó hace algunos días el gobernador del estado de Coahuila, quien textualmente
dijo durante una de sus participaciones públicas: “…vamos a hacer lo necesario
para poder educar a los padres de familia y que a su vez se eduquen (sic) a los
niños”.
Predomina lo siguiente en la declaración del gobernante: Alguien (sujeto que sabe) educa a otro (sujeto que no sabe).
Asimismo,
en algunas propuestas educativas para tiempos de pandemia, expresadas en foros,
debates, mesas redondas, artículos de opinión o Programas Escolares de Mejora
Continua (documento guía de las escuelas de educación básica en nuestro país)
se escuchan expresiones similares o casi idénticas a las del mandatario
coahuilense.
Desde esta visión la fórmula es simple: Los
padres de familia no están educados, hay que educarlos; los niños no están
educados, hay que educarlos. Y respecto a los maestros puede aplicarse la misma
receta: puesto que no saben, puesto que no están educados, hay que ofrecerles
capacitaciones a granel. Y en tiempos de pandemia, el espacio virtual es
terreno fértil. Sentados frente a la pantalla, viendo videos o leyendo textos
ajenos a nuestra realidad, nos estamos educando. ¿Será?
Empero, aun con las visiones autoritarias, decimonónicas sobre la
educación y los procesos de aprendizaje
y la construcción del saber, en estos contextos de pandemia las familias y las
comunidades aprenden, construyen conocimiento y comparten saberes. Lo hacen, lo
hacemos, porque somos seres históricos, que interactuamos con el otro, con los
otros, porque ante una realidad concreta que nos presenta situaciones límite, tenemos
que recrear y transformar y reinventar.
Por eso, durante
este confinamiento, derivado de la emergencia sanitaria por covid-19, nuevas
formas organizativas se han construido desde las propias familias y las
comunidades y una conciencia más colectiva se ha presentado en algunos lugares.
El llamado
al consumo local es una muestra. A través de las redes sociales se difunden los
negocios existentes en las comunidades y se alienta la compra de bienes y
servicios producidos localmente, lo cual genera dinámicas colaborativas y
relaciones más estrechas entre los sujetos. Se trata del bienestar común.
Otra idea
que ha emergido en algunos lugares es el trueque. De origen remoto, esta
actividad renace como una forma de aminorar los efectos provocados por la
contingencia sanitaria. De tal manera que existen espacios, virtuales o
presenciales, a través de los cuales se pueden intercambiar todo tipo de bienes
y servicios sin que medie el dinero: ropa, clases de idiomas, libros,
comestibles, flores, lavados de auto, asesorías, etcétera. La premisa es
sencilla: Lo que tú no necesites lo puede necesitar alguien más, y viceversa.
Y hay más:
los músicos en las calles y sus conciertos virtuales, las campañas de lectura y
promoción del libro y las artes, la construcción de pequeños huertos familiares
para el autoconsumo, la elaboración de gel antibacterial y cubrebocas y
desinfectantes en algunas familias son tan solo algunos ejemplos de acciones
que se han construido desde el seno de la colectividad.
Entonces, uno
de los desafíos para el educador del sistema escolarizado –de cualquier nivel o
modalidad– es entender que la escuela no
tiene el monopolio del saber, que la escuela como institución (debido a sus
objetivos, a su función social, a su estructura, su organización y sus
inercias) tiene límites, y hay otros circuitos educativos donde la gente
convive, aprende, comparte, se transforma y transforma su entorno.
Entenderlo
significa abrirnos a nuevas posibilidades de vida, donde transitemos a otros
escenarios posibles, más centrados en la creación y el fortalecimiento de lazos
de colaboración y solidaridad. Sin vanagloria, sin pretensiones autoritarias y
deformadoras.
Por lo
tanto, las acciones transformadoras que están llevando a cabo algunos
colectivos de escuelas (ligados a un modelo educativo con énfasis en el proceso),
sumadas a los procesos transformadores de barrios, de colonias, de ejidos y
familias puede significar una importante posibilidad de cambio, una sinergia
transformadora en época de pandemia y, ojalá y así sea, después de ella.
No es poco
lo que se está haciendo, hay que rescatarlo.
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